Nacer niña en Uganda – Being born a girl in Uganda

La violencia sexual en los centros educativos es un fenómeno que afecta a millones de niños, familias y comunidades.

23 de marzo de 2020

Estudiantes de primaria recitan un poema sobre los derechos de la niña. / Luuka, mayo 2019.

Foto: Txell Prats

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Nantongo Betty es una activista ugandesa para los derechos de la mujer y la niña. Especialmente, lucha contra la violencia sexual en Uganda.

Kampala, Uganda

Todos los días, en los medios de comunicación, escuchamos y leemos voces de hombres y mujeres que luchan para mantener a una niña a salvo de la violencia sexual. Corporaciones internacionales están invirtiendo enormes sumas de dinero en proyectos para el empoderamiento de la niña. Mujeres exitosas reciben premios y reconocimientos por hablar por a aquella niña sin voz de la zona rural. Celebridades vuelan diariamente con UNICEF para “salvar” a los niños en los países en desarrollo.

Sin embargo, muchas de nosotras, niñas y mujeres, todavía tenemos miedo a salir solas durante la noche. Tememos caminar por el callejón para ir a comprar sal a las 6 de la tarde por si alguien nos golpea, roba o incluso nos viola. Tememos ser otra víctima de la trata de personas. Tememos ser otra paciente en el hospital tratando de abortar de forma insegura el embarazo que tuvimos después de ser violadas. Tememos ser otro cadáver encontrado en las sucias cloacas como una bolsa de basura. Tememos hacer huérfanos a nuestros bebés sin que nadie se preocupe. Y lo peor de todo, tememos que todos digan que todo lo que nos pasó es nuestra culpa. Después de todo, podríamos haberlo evitado si no hubiéramos salido por la noche o si hubiéramos llevado otra ropa. Es desgarrador.

A pesar de ser una niña que nació y creció en esta comunidad, no tenía una “vida normal” como cualquier otro niño. Mi pasaporte para acceder a la educación era cargar todos los días con cubos y escobas para limpiar el complejo escolar y sus oficinas. Cada vez que limpiaba las salas de los profesores era acosada. Los responsables de mi educación me arrojaban palabras abusivas, algunos incluso veían pornografía mientras yo limpiaba. Otros nunca mantuvieron sus manos quietas; parecía que mi cuerpo era una flor que les atraía y que podían tocarme siempre que lo desearan. Aquello me hacía sentir insegura y vulnerable.  Recuerdo cambiar mi uniforme por otro más largo frente al miedo de que lo pudieran desgarrar fácilmente y quitármelo. Mi vida era un continuo ciclo de episodios de ansiedad y depresión, a pesar de que a esa edad no sabía muy bien qué significaban esas dos palabras.

Aunque mi padre también estaba trabajando en la escuela como cocinero (popularmente, el puesto de menor categoría en los centros educativos), los niños de la escuela y los propios maestros nunca lo respetaban. A él nunca le conté el trato que recibía por miedo a que perdiera su trabajo si se enfrentaba a los abusadores.  Si lo hacía, sabía que lo despedirían y que volveríamos a ir a la cama hambrientos como solía pasar antes. Así que decidí callarme.

Poco a poco descubrí que no era la única que pasaba por aquello. Más alumnas también limpiaban la escuela a cambio de poder asistir a clase. Durante nuestro tiempo libre empezamos a hablar sobre nuestro trabajo y, de alguna manera, encontramos consuelo las unas en las otras. Teníamos entre 13 y 18 años y todas habíamos sufrido algún tipo de abuso por parte de nuestros profesores. Aunque ninguna de nosotras nos atrevíamos a denunciarlo públicamente por miedo a ser expulsadas por hacer tales acusaciones.

Así fue nuestra experiencia durante todos los años en la escuela. Y estoy segura de que después de irnos, otras niñas asumieron nuestros roles y fueron víctimas de las mismas crueldades; los abusadores seguían en el poder.

La violencia sexual en los centros educativos es un fenómeno que afecta a millones de niños, familias y comunidades. Ocurre en todos los países del mundo y no entiende de barreras culturales, geográficas o económicas. Estos actos de violencia sexual, física o psicológica que ocurren dentro y fuera de las escuelas, perpetrados como resultado de normas y estereotipos de género, parecen inamovibles y siempre han sido perpetrados entre fuerzas de poder desiguales. En Uganda, los incidentes han sucedido y siguen sucediendo, y las respuestas y las medidas de prevención siguen siendo inadecuadas.

En el país, muchas escuelas carecen de instalaciones seguras, incluidos los edificios escolares, las instalaciones eléctricas o los equipos de seguridad, y esto acaba propiciando el acoso sexual a estudiantes. Además, la mayoría de personal no está bien capacitado para prevenir y responder a la violencia sexual. Diversos estudios han demostrado que los maestros son los principales autores cuando se trata de abuso sexual en las escuelas. Utilizan mal su poder aprovechándose de los niños que deberían proteger.

Las principales causas no se encuentran en una cultura, tradición o institución, sino en cuestiones estructurales más amplias, normas sociales, creencias, comportamientos profundamente arraigados y prácticas cotidianas que dan forma al género y a la autoridad: Los que defienden que el género masculino es superior al femenino.

A diferencia de algunos países del mundo, Uganda carece de una estructura de apoyo para las supervivientes de violencia sexual en las escuelas. La comunidad apoya muy poco a las víctimas y continúa culpándolas. Las estructuras legales son muy ineficientes para proporcionar el respaldo necesario y se continúa victimizando a las supervivientes durante los procesos de interrogatorio. Los servicios médicos están distribuidos de manera desigual en las comunidades, por lo que solo unos pocos hospitales pueden responder a la violencia sexual basada en el género. En el resto, las respuestas son ineficientes para las menores y violan las políticas de protección infantil.

Las evidencias sugieren que la violencia sexual en las escuelas tiene consecuencias a largo plazo ya que los jóvenes que han sido testigos de estos actos, “aprenden” del ejemplo e incluso llegan a reproducirlo; para ellos es aceptable, es con lo que se han educado. No es de extrañar que aumenten los casos de embarazos adolescentes, que las niñas abandonen la escuela y que los casos de VIH y otras enfermedades de transmisión sexual sigan siendo altos en las escuelas.

Para que un país como Uganda logre los Objetivos de Desarrollo Sostenible 4 y 5 (Educación de calidad e igualdad de género), deben adoptarse medidas firmes en los entornos escolares y garantizar los derechos de todos los niños para que estén protegidos de todas las formas de violencia. Las escuelas necesitan adoptar nuevos enfoques, que prioricen la seguridad del menor, su educación y su pleno desarrollo.

Debemos crear espacios seguros y acogedores que promuevan mensajes claros en contra la violencia sexual y donde se apliquen códigos de conducta que detallen las normas éticas reconocidas y los estándares de comportamiento para todo el personal de la escuela y, potencialmente también, para los estudiantes y sus padres. Solo así, reduciremos el número de supervivientes como yo y otros en todo el mundo.

Kampala, Uganda

Every day on the media, there are voices of men and women fighting to keep a girl child safe from sexual violence. International corporations are investing huge sums of money into girl empowerment projects. Successful women are given honours and awards for speaking for the voiceless girl deep down in the rural village. Celebrities are flying daily with UNICEF to save children in developing countries.

However, it’s disheartening if I say that many of us girls and women still fear to move out of our houses at night. We fear to walk thru the alley way to buy salt at 6 o’clock because we are afraid someone will beat us, rob or even rape us. We fear that we could be another victim of trafficking. We fear that we could be another casualty in the hospital trying to unsafely remove the pregnancies we got after being raped. We fear that we could be another dead body found laying in the dirty trench stinking like pieces of garbage. We fear that we could make our babies orphans with no one to care. And worst of all, we fear that everyone will say it’s our fault that all that happened to us. After all, we could have avoided it if we didn’t walk at night or wear certain outfits. It’s heart-breaking.

Being a girl born and raised in this community, I didn’t have a “normal life” like every other kid. Having to run around every day with buckets and brooms to clean the compound and offices just so I could attain some education that could probably make me a better person.

Whenever I was in the male teachers’ offices, I couldn’t escape a day without being harassed. Abusive words were thrown at me, some teachers used to watch porn while I was cleaning in their offices and that made me very insecure and vulnerable. Others never kept their hands in ease, seemed like my body was a flower attracting them to touch it whenever they felt like it. I remember having to change my school uniform to be longer because I was scared that it would easily make him tear it apart whenever he wanted.

My life dissolved into cycles of anxiety, and depression even though at that age, I wasn’t really aware of what those two words meant.

Despite the fact that my father was also working at school as a chef, (the least position at school), he was continuously disrespected by school kids and teachers themselves. I couldn’t even feel comfortable to tell him the sort of treatment I was experiencing because I feared he would lose his job in case he confronted the perpetrators. I knew they would fire him and we would go back to sleeping hungry as before. So I decided to keep quiet.

I was not alone who was going through this treatment.  There were a number of us who were cleaning the school to afford education and majority were girls. During our free time, we would talk about our work and somehow, we found solace to know that whatever was happening to us was more or less the same. We were between the ages of 13-18. All of us reported abuse of some sort from our teachers. But like I mentioned earlier, no one was ready to take the blame in case they fired us for allegations. These cycles continued through our time at school, and even when we left, other girls took on our roles and am very certain they were victimized too because the perpetrators were still in power.

School-related sexual violence is a phenomenon that affects millions of children, families and communities. It occurs in all countries in the world and cuts across cultural, geographic and economic differences in societies. These are acts or threats of sexual, physical or psychological violence occurring in and around schools, perpetrated as a result of gender norms and stereotypes, and enforced by unequal power dynamics. In Uganda, incidents have happened or still happening yet appropriate response and prevention measures still remain inadequate.

Many Uganda schools, for instance, do not have access to safe and supportive physical facilities, including school buildings, lighting and security equipment which breeds into sexual harassment of pupils and students.

The staff most times are not well trained to prevent and respond to sexual violence. Many studies have shown that teachers are the main perpetrators when it comes to sexual abuse in schools. They misuse their power by taking advantage of the children they should be protecting.

The root causes do not lie in any one culture, tradition or institution, but in the wider structural issues, social norms and deep-rooted beliefs and behaviours and daily practices that shape gender and authority. The ones that define Male gender to be more superior than the Female.

Unlike some countries in the world, Uganda lacks support structure for survivors of sexual violence in schools. The community is less supportive to victims and continues to blame them. The legal structures are very inefficient in providing legal support. The public continues to victimize the survivors during interrogation processes. The medical services are unevenly distributed in the communities. Only a few hospitals can respond to sexual gender-based violence. All the responses are not child friendly and violate the child protection policies.

Evidence suggests that Sexual violence in schools has a long-term and far-reaching consequences for young people who have witnessed such violence, as they may grow up to repeat the behaviour that they have ‘learned’ and to regard it as acceptable. No wonder cases of teenage pregnancies are on the rise, girls dropping out of school, and cases of HIV and other Sexually transmitted diseases have remained high in schools.

In order for a country like Uganda to achieve Sustainable Development Goal 4 and 5(Quality Education and Gender Equality), strong measures need to be put in school settings to ensure children enjoy their full rights and are protected from all forms of violence. Whole-school approaches are needed to make schools safer, more learner-centred and a better environment for children to learn.

They ought to create safe and welcoming spaces, promoting strong messages that sexual violence is not acceptable and enforcing codes of conduct that detail the recognized ethical norms and standards of behaviour for all school staff, and potentially also students and their parents. Hence reducing on numbers of survivors like me and others all around the world.

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